Jaime Moreno «Zetang» I
Todo guitarrista sabe que en el sonido final de la guitarra el amplificador es el elemento más determinante. Por ello, en este número de Cutaway, hemos querido acercarnos a un artesano del sonido que se mueve entre condensadores, transformadores, altavoces, válvulas… Estamos hablando de Jaime Moreno, un técnico para el que la ingeniería acústica, el audio profesional y la amplificación no tienen secretos. En su empresa, Zetang, con más de 25 años de experiencia, además de realizar todo tipo de reparaciones y puesta a punto de amplificadores, fabrica equipos a válvulas cableados punto a punto que siguen las especificaciones del cliente.
¿Cómo surge tu afición a la música?
Tendríamos que remontarnos a los inicios de la década de los sesenta. En aquellos momentos, el mundo occidental era un hervidero de influencias musicales. En ese contexto, la guitarra eléctrica iba escalando posiciones y adentrándose en culturas y estilos diferentes, incluso en la España de aquellos tiempos. Fue mi hermano, Nicolás, el que me ‘contagió’ la idea de crear una banda. Para ello construimos nuestros propios instrumentos, una guitarra y un bajo como única opción posible. Así empezó todo. La genética también influyó. De mi padre heredé la habilidad con las manos. La cultura musical me llegó a través de mi madre, pianista de gran soltura con melodías de mano izquierda: Mozart, Chopin, Korshakoff… A ellos les parecían espantosos los grupos que yo escuchaba, pero la semilla estaba plantada gracias a una buena genética y a lo que ‘llovía’ por la radio.
¿Cuándo comienza a concretarse en lo que será tu profesión?
En aquellos años lo normal era tocar en el salón de actos de algún colegio, donde el público era mixto (lanzaban tomates y besos). Como amplificador usábamos una vieja radio de válvulas a la que, por supuesto, conectábamos una o dos guitarras, bajo y voces. Mezclábamos esas fuentes como podíamos y el resultado era mágico. Mi afición por investigar cualquier aparato me dio ventaja sobre la competencia en los conciertos. Gané fama como persona “que arreglaba los amplis que salían ardiendo”. En aquellos momentos la electrónica era un mundo incipiente y desconocido.
¿Alguien dispuesto a enseñarte?
Tuve muchos colegas, pero apenas conocí maestros dispuestos a compartir sus conocimientos sobre el tema. Una excepción fue Ángel Cerrada, gran hidalgo de la ingeniería musical de la época y sabio chiflado. Era muy hábil y eficaz en todo lo que hacía. Su memoria me inspira un gran cariño y respeto.
En las páginas de esta revista Carlos Sabrafén dijo que tú habías sido su maestro. Deduzco, pues, que también trabajaste como luthier de guitarras durante algún tiempo…
Cuando conocí a Carlos yo tenía mi propio taller de reparación y construcción. Desde el primer día me impresionó su talento. Yo, que contaba algunos años más que él, tenía la experiencia y eso a él le interesó. Aprendimos mucho juntos.
¿Cómo fue tu formación?
Fui un fracaso escolar. Sin embargo, paradójicamente, después de dejar los estudios y abandonar el ambiente familiar, no paré de estudiar. Anduve metido en bandas, experimentos teatrales y electrónicos… y así fue como me convertí en un ‘ingeniero’ en el más completo sentido originario de la palabra: ingeniar. Al aprendizaje también contribuyeron ilustres colegas como César Méndez, que hoy trabaja en la NASA, y entidades tan honorables como la Escuela Superior de Ingenieros de Telecomunicaciones de la Universidad Complutense. Y, por supuesto, la experiencia adquirida en emisoras de radio y televisión… En ese ambiente crecí y desarrollé mi capacidad para solucionar problemas, siempre con las seis cuerdas muy a mano. En definitiva, ‘mucha mili’.
Adentrándonos ya en materia concreta…
¿Qué tiene un amplificador a válvulas que hace que ni los transistores ni las emulaciones hayan conquistado a los puristas de la guitarra? ¿Tiene una explicación técnica?
RSe podrían dar muchas explicaciones técnicas, pero se nos escaparía la esencia de la cuestión. Las válvulas amplifican en estado etéreo (espacio vacío) con altas tensiones, bajas intensidades y altas impedancias. Los semiconductores lo hacen con bajas tensiones, altas intensidades en estado sólido e impedancias más bajas. Es lógico que suenen diferentes. Pero, quizá, lo más importante sea el hecho de reforzar los armónicos impares que hacen que una nota tenga muchas otras como parientes presentes en las válvulas, dando una sonoridad más musical. Por el contrario, los semiconductores que refuerzan los armónicos pares dan un sonido más puro, pero a la vez más frío e incluso clínico. También es sabido que la saturación y el recorte de la onda en válvulas producen esquinas redondeadas frente a las afiladas de los semiconductores. Eso produce una saturación más dulce que la producida por los diodos transistores y FETs en las saturaciones de estados sólido.
Aparte de lo anterior, también existe una cultura del sonido que nos influye a través de todo lo que hemos oído, tanto en discos como en directo. No hay que olvidar que la mayoría de los guitarristas y, sobre todo, los más influyentes, eligieron amplificadores a válvulas.
En alguna ocasión he escuchado decir que un amplificador a válvulas es un aparato bastante imperfecto, para los tiempos que corren, y que se aleja bastante de los equipos Hi-Fi que hoy hay en el mercado. ¿Qué hay de cierto en esta afirmación? ¿Quizá sea esa imperfección la que lo hace tan agradable para el oído humano?
El término “imperfección” puede ser correcto. Cuando se diseñaron los amplificadores que con el paso del tiempo se convirtieron en clásicos vintage como los AC30, Blackface… se pretendía conseguir potencia con poca distorsión y se encontraron con estos ‘purasangres’. Después, CBS compró Fender y descafeinó de distorsiones a los aterciopelados Blackfaces. VOX se pasó a los transistores y… fue una gran ‘cagada’ como todos sabemos.
En cuanto al concepto Hi-Fi, nunca fue el ideal para amplificar instrumentos, ni siquiera la voz. Incluso hoy en día los mejores equipos Hi-Fi continúan siendo a válvulas.
Al igual que en las guitarras, en los amplis también existe mucho fetichismo. ¿Está justificado? ¿Siempre será mejor un Vox de la época que una reedición? Depende del modelo en cuestión. En el pasado también se fabricaron ‘bodrios’ incomibles que, sin embargo, con el paso del tiempo se convirtieron en vintages, a pesar de que eran odiados en su época. Por otra parte, es evidente que en una reedición, si cambiamos componentes y arquitectura poco o nada tendrá ya que ver con el original. En la actualidad hay una tendencia clara a clonar el aspecto, pero no las tripas, como por ejemplo en los Fender Reissues.
Óscar Aranda
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